El maltrato en menores y ancianos no es una novedad, de hecho en medicina se ha identificado el llamado anciano maltratado, pero nos cuesta ratificarlo porque decir que hay violencia en nuestro hogar, lugar dónde deberíamos sentirnos cómodos y seguros, no es fácil para nadie.
El maltrato de los hijos a padres que están seniles, débiles o con dolencias médicas es bastante más frecuente de lo que nos gustaría reconocer y se da en ocasiones el llamado síndrome del cuidador. El maltrato y violencia, incluso de índole sexual, a menores en el seno familiar es una lacra que no debería pasarse por alto de ninguna de las maneras.
Los delitos cometidos sobre ancianos se ven acrecentados por el silencio de las víctimas, en gran parte por el miedo al desquite, la vergüenza y la presencia de demencia o enfermedades propias de la vejez, que no permiten a los centros médicos detectar el problema en muchas ocasiones.
En cuanto a los niños, estos por su simple condición de niños ya están en una relación de dependencia, y dado que la familia y el hogar son el principal escenario donde estos desarrollarán sus primeras relaciones, cobra mayor significado cualquier maltrato producido sobre su persona, bien sea: rechazo por parte de uno o los dos progenitores, amenazas, abuso físico, aislamiento o cualquier otro tipo de violencia.
Según un estudio reciente “se admite que los criterios para definir una situación de maltrato han de fundamentarse en las consecuencias en el niño, es decir, en los daños producidos, en las necesidades no atendidas, y no tanto en la presencia o ausencia de determinadas conductas parentales”
En adultos mayores y niños, el maltrato psíquico o emocional empieza a considerarse casi una situación crónica, desembocando en comportamientos por parte del maltratador que pueden ser no visibles al resto de la comunidad, que no convive con ellos: rechazo, amenazas, aislamiento, gritos y burlas suelen ser las más comunes.